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"La cultura rionegrina está en formación permanentemente"

Oriundo de Valcheta, Jorge Castañeda revela en sus poemas el latir de la estepa rionegrina, los colores imposibles de sus atardeceres y los olores únicos de sus primaveras.

Fecha: 30 de octubre de 2022
En sus 72 años, el escritor moldeó 15 libros de poesía, uno de ellos publicado por el FER en 2018 bajo el título “Mester de Cantoría”, en honor a los viejos mesteres y la magia de cantar.Crédito: Gentileza del autor

Por Sebastián Carapezza

El autor, oriundo de Valcheta, revela en sus poemas el latir de la estepa rionegrina, los colores imposibles de sus atardeceres y los olores únicos de sus primaveras. En sus 72 años, moldeó 15 libros de poesía, uno de ellos publicado por el FER en 2018 bajo el título “Mester de Cantoría”, en honor a los viejos mesteres y la magia de cantar.

Valcheta es una de las localidades más antiguas de la provincia de Río Negro. Inmersa en un valle fértil en medio de la semiárida meseta patagónica, contiene en su seno ambientes muy distintos, encontrándose alamedas, plantaciones de frutales y alfalfares.

Desde la costa patagónica oriental es la primera localidad de importancia, y en ella, aprovechando el agua dulce de su arroyo, los pobladores logran bosquecitos, quintas, plazas, patios y huertas con distintas especies vegetales… y ese verde que es tan difícil de conseguir en la árida estepa. 

El cartel de ingreso lo resume: Valcheta, el oasis de la línea sur. Un oasis en el que respiran aire puro 8.000 rionegrinos y cada vez más turistas que llegan a conocer alguno de sus particularísimos atractivos: el bosque petrificado y la cercanía de la indómita meseta de Somuncura, por ejemplo. Es que al estar ubicada a solo 129 km del mar atlántico y 287 kilómetros de la capital provincial, son varias las localidades cercanas desde las que se reciben visitantes, sobre todo durante el verano. 

El nombre Valcheta proviene de una voz aborigen y su significado es “arroyo que se colma”, en referencia a los grandes aluviones que, antes de las canalizaciones hechas por los europeos, hacían desbordar el arroyo e inundar su valle. Allí, a la sombra de los álamos y con el murmullo de ese río, creció Jorge Castañeda, quien si bien transcurrió sus primeros años de vida en Bahía Blanca, se considera un vecino más de Valcheta, donde se radicó en 1973. Así lo siente y lo transmite este poeta autor de innumerables obras, cuando habla de su pueblo…

“Valcheta es mi lugar en el mundo, el solar nativo de mis padres, el sitio que me ha dado todo: el afecto de su gente, la belleza de su paisaje, el cariño de mi familia y una gran cantidad de amigos... 

La Línea Sur me ha enseñado muchas cosas: la entereza de su gente sufrida para sobreponerse a todas las circunstancias; su paisaje agreste donde la estepa se achaparra; las leyendas y las viejas contadas de sus pobladores; las tradiciones de los pueblos originarios; sus caminos polvorientos donde las piedras se enseñorean y los cerros se divisan a los lejos; y -en especial- ese collar de pueblos hermanos donde la vida es más tranquila y sencilla, y entre cuyos valores podemos mencionar la parquedad, la escasez de palabras; la dignidad; el sentido de la hospitalidad; el poder de observación de la naturaleza y, en particular, su infinita paciencia.

De alguna manera, para mí la Patagonia es, al decir del licenciado Massera, ‘un paisaje en movimiento’, un llamado de claves ancestrales olvidadas en el tiempo, un territorio de aventureros de toda laya”.-

Castañeda describe un paisaje trazando sus rasgos geográficos pero también sentires, idiosincrasias, y nos permite entonces situarlo, imaginarlo en esa trama para poder iniciar un recorrido por su historia…   

¿Es cierto que se convirtió en escritor por un carozo de durazno? ¿Cómo es eso?

Comencé a escribir cuando era alumno de la escuela primaria, sin dudas tenía más facilidad para las redacciones que para las matemáticas. Y así desde pequeño comenzó mi relación con la poesía, hasta el día de hoy. Se puede decir que es mi compañera veleidosa, la que todavía me cautiva y me busca.

En aquella Escuela Primaria N° 29 del barrio La Falda de Bahía Blanca, cierta vez la maestra nos propuso hacer una redacción y yo escribí la historia de un árbol cuyo fruto comí –creo que era un durazno- y que luego el carozo cayó en la tierra, y que en la primavera creció lo que sería un nuevo árbol, cerrando el ciclo. La directora, la señora Mercedes P. de Tuma (luego gran amiga y poeta), llamó a mi madre y le dijo que yo tenía condiciones para las letras. Creo que ese día nació mi vocación por escribir.

¿Qué obras patagónicas lo han estremecido o merecen una distinción?

Hay varios escritores de temática patagónica que sin dudas merecen una distinción. Por ejemplo, las obras completas de Elías Chucair, Rodolfo Casamiquela, Juan Domingo Matamala y de tantos otros que han promocionado la región.

Creo que la cultura rionegrina, por ser una provincia joven y con mucha inmigración, está en formación permanentemente, sobre todo con el trabajo de sus escritores, poetas, músicos y artistas plásticos. En mi humilde opinión, esa cultura tendría que tener una fuerte impronta ‘regional’, desechando muchas veces el recurso fácil del color local y destacando características como el silencio, la parquedad -sea en los personajes o en el paisaje-... y, sobre todo, incorporando al imaginario los relatos orales de los mayores. 

Por supuesto me interesa la obra de los grandes escritores y también soy muy afecto a las biografías y los libros de memorias. Con respecto a la vida y la obra de cada artista, me pasa como a Borges: no sé cuál es el Castañeda verdadero, si yo o el otro, ese que publica y escribe. Es que como autor pocas veces estoy conforme con un libro publicado, una poesía, un texto o una nota periodística, porque al decir de Gabriela Mistral “uno casi siempre sale perdiendo”.  

En las estrofas de “Buscando la verdad”, el poeta ilustra aquella mirada que refuerza el contexto y las personas que allí persisten:

El hombre se hace paisaje
y el alma tibio arenal
la sombra que va dejando
será sombra y nada más.

El pueblo lo vio partir
al tranco lerdo nomás
ya lo llevan los caminos
compañeros de su andar.

Lo anda buscando una pena
Dios sabe por qué será
el monte sabe sus pasos
no lo quiere molestar.

Cuando algún abrigo encuentra
tranquilo arma su real
solo bajo las estrellas
la luna lo ha de alumbrar.

Tiene algo de solitario
y mucho de montaraz
van tejiendo las distancias
sus telarañas de sal.

Oscuro pozo de sombras
quién lo pudiera explicar
remolino en la picada
viento seco y temporal.

El campo se hace paisaje
nube cielo y pedregal.
Y el hombre solo a arisco
que no encuentra su verdad.

Tal como lo precisa la poesía, sus versos germinan a partir de historias mínimas y cotidianas que a muchos resultan imperceptibles. Verlas desde una perspectiva de pueblo, alejado de las grandes urbes, puede dar un matiz, permitir una impronta singular a la hora de edificar una narrativa. Respecto a esta arista, Castañeda confiesa que “vivir en un pueblo tiene sus cosas buenas y otras no tanto. Entre las buenas, una es que todavía no se ha perdido ese trato amistoso con los vecinos y aquello de que todos nos conocemos, ni la tranquilidad para sentarse a escribir, caminar despreocupado por las calles, dejar abierta la puerta de la casa y, aunque parezca mentira, respirar aire puro.

Pero nada es completo: faltan alternativas culturales, librerías, y otros espacios que ofrecen las ciudades. Decía Tolstoi que su personaje Ana Karenina se le volvía rebelde como doña Flor a Jorge Amado. A mí me sucede que los personajes pueblerinos -que son un poco universales-, entran en mis textos como Pancho por su casa, cobran carnadura como los de la novela ‘Boquitas pintadas’ de Manuel Puig… Son los puesteros, los alambradores, los esquiladores, la gente sencilla que vive por ejemplo en la meseta de Somuncurá”.

¿De qué manera influyen en sus párrafos el viento y el mar? ¿La sal y el verano?

El clima del entorno donde vivo marca a fuego mis escritos. Pongamos como ejemplo “Cien años de soledad”: nunca podría haber sido escrita en nuestro ámbito. Igual, verbigracia, las obras de Cabrera Infante o Alejo Carpentier, que son barrocas.

Mi literatura es más de mirarse hacia adentro, con un estilo intimista y sencillo, porque así es el viento patagónico, los inviernos crudos, que tienen el sabor del mar y de la sal... (vivo parte del año en Las Grutas)… A veces se nota el bochorno del verano y la algarabía de los loros que se cobijan bajo las sombras de las arboledas valcheteras. Todo influye, como la lluvia que se hace sentir en los techos de chapas de cinc, y, a veces, desborda picadas y cañadones.

Mester de Cantoría

Jorge Castañeda es escritor, poeta, periodista y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). Ha publicado 15 libros hasta la actualidad y es también Cónsul de Poetas del Mundo (Chile), Embajador Universal de la Paz (Ginebra, UNESCO) y Miembro Fundador de Naciones Unidas de las Letras (Colombia).

“Al pertenecer a varios grupos o academias uno se siente acompañado y puede apreciar el trabajo de otros colegas, aparte de difundir lo propio… Más ahora cuando por este milagro de internet, no hay barreras ni distancias”, resume.

Su primer libro, escrito en Bahía Blanca cuando estudiaba en la Universidad del Sur, se llama “La ciudad y otros poemas”. Luego, ya en el solar de sus padres en Valcheta, nacieron los de temática regional: “Sentir Patagónico”, “Poemas breves”, la novela “Pilquiniyeu es un chancho que vuela”, “Crónicas & Crónicas”, “Suma Patagónico”, “Palabras dispersas”, “30 poemas para leer en invierno”, “Valcheta, un pueblo con historia”, “El lirio de los valles”, “Espigas en el rastrojo”, “Apuntes y papeletas”, y varios aún inéditos o en formato virtual.

Otro de sus títulos es “Mester de cantoría”, un libro de poesías breves de temática intimista rigurosamente numeradas -a modo de título- del uno al cien con números romanos. La obra fue propuesta al Fondo Editorial Rionegrino, organismo que lo publicó en  2018, acompañando los textos con una imagen de tapa del fotógrafo viedmense Marcelo Minichelli y las ilustraciones interiores de la hija de Castañeda, María Elena, artista plástica y ceramista. 

Sobre este libro, el autor expresa estar “bastante conforme con los poemas... a diferencia de otros escritos de mi adolescencia que me avergüenzan un poco”.

Y al mirar retrospectivamente aquella obra, también rememora: “El creador del FER, don Guillermo Yriarte, que fue mi amigo entrañable, tuvo una idea genial: difundir a los escritores rionegrinos y brindar un espacio para que puedan publicar. Tengo casi toda la colección completa [de obras editadas por el FER], y muchos dedicadas de puño y letra por sus autores. 

Regresando la mirada hacia “Mester...”, describe el sentido profundo de su título: “responde a aquellos viejos mesteres como el de juglaría y clerecía y ‘cantoría’, por esta magia de cantar… que eso, en síntesis, es la poesía: un canto, en el que cada poema, cada texto, a veces provoca un gran dolor en quién escribe. (...) Creo que es el oficio más solitario del mundo. Y a veces duele porque en cada poema están nuestros propios fantasmas interiores, como decía Ernesto Sábato”.

Los denominadores comunes de estos cien poemas son la brevedad de la vida y los viejos interrogantes que supieron desvelar a los griegos en las gradas de sus teatros… la orfandad del hombre, casi un Eclesiastés como el atribuido al rey Salomón. 

¿Cómo se define como autor?

Para ser breve, en mi biografía me gusta decir que soy un escritor y poeta de la Patagonia, que ha escrito algunos libros y recibido varios premios y distinciones, y que muchos de los poemas han sido musicalizados por diferentes artistas. También que hago periodismo en varios medios tanto nacionales como extranjeros, por ejemplo en diarios de España y Estados Unidos... algo que de alguna forma me disciplina. 

Por otro lado, creo fervientemente que no se puede escribir si no se tienen lecturas, muchas lecturas. Después, experiencia. Cosas que a uno le hayan pasado. Es como lo que sucede en el tango: si no se tienen determinadas vivencias no se podrán entender ciertas letras de Homero Manzi o de Homero Expósito. La inspiración, sí… es un momento. Es por eso que siempre tengo papel y lápiz arriba de la mesa de luz. 

A las nuevas generaciones les debo decir que lean mucho porque no se puede ser un buen escritor si no se es un gran lector. También que tengan perseverancia, que amen la palabra escrita, que tengan algo para decir, y -sobre todo- que tengan los ojos y los oídos bien abiertos para ver y escuchar los susurros de la inspiración. Lo demás es trabajo, muchas horas de trabajo, en la más estricta soledad.

¿Dónde empieza un texto? ¿Cómo es su proceso creativo?

Mis poemas hablan del interior de las personas, de las cosas que nos pasan a todos y que son comunes: la tristeza, la alegría, el amor. Es correcto cuando se dice que la poesía es el lenguaje universal donde todos nos entendemos. Y así Valcheta puede ser un Macondo, una Mancha, un Comala.

Creo que el silencio tiene sus palabras y que es fundamental para un escritor. Lo mismo que la música, que siempre es buena compañera... sin ser un melómano, me gustan todos los géneros musicales a la hora de escribir. Es que los poemas nacen de un susurro, una inspiración, una simple frase, o sea, cuando las musas nos hablan al oído.

Después hay mucho trabajo y corrección porque como decía Cervantes “no se puede echar libros al mundo como quién fríe buñuelos”. Y ahora en los anaqueles de las librerías hay muchos buñuelos.

Instalado en el valle valchetense, con el trabajo de los años y el paso de los inviernos patagónicos, Castañeda fue labrando y promocionando sus poemas tanto a nivel nacional como internacional: más de una docena de libros editados y cientos de colaboraciones en las páginas de poesía de diferentes lugares de Argentina y el mundo. Desde México, Ecuador, Uruguay, Chile y Brasil, a España, Italia, Hungría o Estados Unidos. 

Como si fuera poco, junto a su amigo Chingolo Casalla y el obispo Miguel E. Hesayne, fueron declarados Ciudadanos Ilustres de Río Negro. También recibió el premio a la Trayectoria Literaria por parte de la “Sociedad de Escritores y Poetas Latinoamericanos” de Italia, y el premio Domingo F. Sarmiento, máxima distinción otorgada por el Senado de nuestro país.

Otros varios premios, tanto nacionales como del extranjero, fueron fructificando a lo largo de su trayectoria, y recibidos siempre desde el compromiso con el oficio: “Creo que estos reconocimientos significan un aliento para seguir escribiendo, no para ufanarse de ellos…porque los escritores no somos los pavos reales, sino trabajadores de la palabra… Al decir del gran Miguel de Unamuno ‘como no sabemos hacer algo que valga, escribimos’”, dice con humor este autor de 72 años.

Con tantos libros publicados, menciones y premios cosechados a lo largo de su vida literaria, es inevitable preguntarle qué otras pasiones atesora a esta edad, además de escribir. Su respuesta, tan mansa como profunda, refleja la imagen de un río que con calma y sin prisa une la cordillera con el mar, incorporando sedimentos y aprendizajes recopilados por las diversas geografías de su largo recorrido.

“Además de escribir, me gusta tener la casa llena de amigos, con la mesa dispuesta, intimar los afectos con la familia, pasear por las calles de Valcheta o de Las Grutas, juntar antigüedades, y, sobre todo, leer… leer mucho. A mi edad, después de una doble cirugía, amo más la vida que antes y trato de ser un hombre feliz. Los años que vienen ya son de gracia”, reflexiona y comparte el poeta.

Corrección y edición: M. Eugenia Aliani

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